Reynoso el hombre que no sabía sonreír

01.02.2023

Cuándo nació Javier Reynoso los vecinos de Daniela Pedernera se preguntaban como haría aquella joven viuda para criar este hijo sola. Daniela había quedado recientemente viuda luego que su esposo domando un potro tuviera un accidente mortal.

Javier era el tercer hijo de la familia, Manuel y Yolanda era los otros dos mellizos de apenas cuatro años y el patrón del campo ya les había pedido el puesto.

"No hay clemencia para el pobre cuando el rico justifica sus necesidades, pero olvida sus deberes" Si hubiera tenido a su empleado en blanco y con los aportes necesarios del trabajador rural, su familia no quedaría ahora desprotegida, y sin amparo legal, teniendo que abandonar aquel amado lugar donde tanto trabajo su esposo había realizado, contaba Rubén Salas, un chacarero vecino que conoció muy bien al esposo de la mujer.

A los pocos días la familia se tuvo que mudar al Pueblo alquilando un ranchito en las afueras de la ciudad.

La pobre mujer hizo peripecias para poder criar sus hijos trabajando en casas de familias, vendiendo cosas por la calle.

Pasaron algunos años y de los tres pequeños Javier era el más dispuesto ayudar a su madre en pequeñas labores, hacía mandados a los vecinos, daba de comer a las aves de corral de la abuela Catalina y luego del horario escolar marchaba para la quinta de los Gelfiori para ayudar con los cerdos y ordeñar las vacas. Al joven Reynoso nunca se lo vio sonreír... Quizás no tenía motivos, tal vez nunca en su vida supo que a pesar de las diversas situaciones sociales, uno debe encontrar en su diario, vivir un motivo para ser feliz.

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